Las aguas canarias retienen hierro

Las tormentas de arenas que vienen del Sáhara fertilizan el mar con minerales. Los científicos ya conocían este fenómeno que se da con cierta frecuencia en las aguas Canarias debido a la cercanía de las Islas con el continente africano. Lo que no se sabía hasta ahora es que ciertos microorganismos marinos que se alimentan de compuestos férricos son los encargados de retener esos nutrientes en las capas superficiales.

De esta forma, contra lo que pudiera esperarse por la ley de la gravedad, los minerales más pesados del polvo del Sáhara, los distintos óxidos de hierro encontrados (hematitas y goetitas), se hunden más despacio en el océano que otros compuestos más ligeros, de forma que su concentración a diez metros de profundidad es mucho mayor que en el aire.

Esta retención de hierro, según los científicos, “sugiere una adaptación evolutiva de los microorganismos marinos a utilizar micronutrientes limitados en el océano”. Es decir, un ejemplo de cómo los primeros escalones de un ecosistema pueden adaptarse a sobrevivir en la escasez con cualquier recurso.

La revista Scientia Marina publicará en su próximo número un trabajo que recoge estas conclusiones que ha sido elaborado por de investigadores de la Universidad de Antioquía (Colombia) y el Instituto de Oceanografía y Cambio Global de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria (ULPGC).

El Sáhara es la principal fuente de partículas en suspensión de todo el planeta. De hecho, se calcula que el desierto norteafricano aporta dos tercios de todo el polvo que se genera en la Tierra y que el 26% termina en los océanos, recuerdan los autores de este trabajo.

Por ello, se propusieron observar en una de las islas que con más frecuencia se ven envueltas en las calimas, Gran Canaria, qué tipo de minerales transportan las tormentas de polvo sahariano y qué ocurre con esas partículas cuando se depositan en el mar, tomando como referencia dos episodios concretos de calima ocurridos del 19 de al 25 de marzo y del 31 de marzo al 2 de abril de 2011.

El trabajo confirmó que, durante un episodio de calima, las concentraciones de polvo en suspensión en la atmósfera se multiplican por 20 en el aire (la medición se hizo en Las Palmas de Gran Canaria, a 300 metros de altitud), por ocho en el océano a diez metros de profundidad y por 1,6 en aguas más profundas, a 150 metros bajo la superficie.

Sin embargo, también reveló que, tanto antes como después de las calimas, la capa de agua situada a diez metros de profundidad tenía el doble de concentración de polvo que el aire, y también el doble que el agua a 150 metros.

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